miércoles, 26 de marzo de 2014

la chica de la catedral de nuremberg



qué habrá sido de aquella tipa
flaca de veintitantos, pelo lacio color ceniza, quizás polaca
que un mediodía de finales de julio del 94
en el punto más empinado del mirador del techo de la catedral de nuremberg
-los dos únicos turistas allá en lo alto -no solo 
no dijo nada cuando a mí me agarró la inspiración 
de alargar la mano y subirle la faldita roja que llevaba, sino que incluso 
se apuró a colocar una pierna arriba del murete que corría
a lo largo de la barandilla para que así yo pudiera hacerle a un lado
el hilo de la tanga sin problemas y enseguida proceder 
a introducirle un dedo en el coño -los tejados medievales 
de aquisgrán a nuestros pies, la sombra
de la cúpula de la catedral cayendo sobre nuestras cabezas-
no tuve que jugárselo más que un par de minutos dentro para que lubricara y empezara a escurrirle 
el jugo por las piernas; después
me bajé la cremallera y me saqué la verga y puse luego
una mano en el cuello de mi complaciente amiga para hacerla doblarse
ligeramente de bruces apoyando su abdomen sobre
la parte superior del barandal, y le metí la verga y allí fue darle
como si en lugar de ser dos turistas visitando una catedral hubiésemos sido
un par de perros bramudos que al encontrarse en la calle se ponen 
a coger sin importarles un culo nada más

nunca he vuelto a follar en una iglesia
(tampoco he vuelto a nuremberg)

ni con una polaca

¿qué habrá sido de aquella cabrona?

¿se acordará de mí a veces?


ese hijo de puta borracho que aquel ya distante verano
me arrinconó en una esquina del mirador de la puta catedral de nuremberg

todo sucedió tan rápido que ni tiempo me dio
de sacar el puto bote de spray antiviolaciones de mi bolso

cuando menos acordé ya tenía yo bien metida
su tremenda y despiadada verga hasta el fondo del coño

¿para qué molestarme entonces habiendo alcanzado ya tal punto
en hacer siquiera el intento de sacármelo de encima?

total se sentía de puta madre tener su verga encajada en mi vagina

y además estábamos solos, nadie nos veía


y la vista de la ciudad era hermosa y encima soplaba

aquel refrescante airecillo veraniego que resultaba tan agradable

y en realidad, viéndolo bien
una verga más o menos que me clavasen en el coño
a esas alturas de mi vida no era ya un asunto para tomarse demasiado en serio

y el cabrón en verdad sabía lo que se traía entre manos

y me lo trabajaba tan bien...

¿qué habrá sido de aquel hijo de puta?

¿alguna vez se acordará de cómo me dejé culear como una perra?





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